Solo el poder de Dios me rescató de las barras bravas.
En el trayecto íbamos asaltando a los transeúntes y a las tiendas, con
el único fin de tener dinero para comprar droga, después de esto,
entrábamos al estadio bajo esos efectos. Yo me refugiaba en las barras
bravas, junto a mis compañeros, quién eran jóvenes que provenían de
hogares como el mío, hogares destruidos.
Salía a las calles y cuando miraba a alguien, empezaba a odiarlo aún
sin conocerlo, es por eso que asaltaba, y hería sin remordimiento. Con
los jóvenes del bando rival nos enfrentábamos todo el tiempo, pero con
mis propios compañeros de la barra también nos peleábamos, existía
enemistad.
Yo siempre andaba armado, con cuchillo, sable y también con un revólver
que me conseguí. Era un muchacho que estaba hundido en el vandalismo y
pandillaje, a muchas personas herí físicamente, había acuchillado y
tirado piedras a mucha gente, también llegué a disparar perdigones.
Cierto día, fui hasta la zona del equipo contrario y los enfrenté, nos
comenzamos a pelear y ellos trajeron a toda su banda. Herido en el piso,
con varios cortes y sangrando, el jefe de esta pandilla “El Yaco” cogió
una roca para reventármela en la cabeza y terminar con mi vida, pero de
pronto apareció una señora gritando fuertemente: “No lo hagas por
favor, esto lo vas a recordar toda tu vida, además quién eres tú, no
eres nadie para quitarle la vida a alguien” él miró a esta señora,
soltó la roca y me dijo: Te salvaste Chinito. Ya en el piso, oía decir a
esta señora, que le pedía a Dios me ayude y me dé una última
oportunidad.
Logré llegar a casa, mi hermana me abrió la puerta, estaba todo
ensangrentado y ella curó mis heridas mientras me decía, que debía
cambiar esa vida, no podía seguir en las pandillas, debía confiarle mi
vida a Dios, porque esté donde esté Él siempre me iba a escuchar, yo le
respondí que Él no me escucha y mi vida no valía nada, pues yo también
estaba muy cansado de todo lo que hacía.
En aquel momento vi la muerte tan cerca y creía que nadie me iba a
salvar, ni librar.
Yo había oído el evangelio, mi familia se había
convertido al cristianismo, en ese instante experimenté algo
terrorífico, no podía mover mi cuerpo, y sentía una presencia horrible
que ya antes había tenido, quería hablar y no podía pronunciar palabra
alguna, fue entonces, cuando empecé a ver mi vida pasar por mi mente,
veía miles de imágenes que transcurrían y podía notar todo lo que había
hecho y es, en ese preciso instante, en el que comienzo a orar de
corazón, pidiéndole al Señor Jesucristo que me perdonara, sinceramente
me arrepentí y le dije: “Señor no puedo hablar, quiero decírtelo pero tú
sabes lo que hay en mi corazón, perdóname quiero ser otra persona”.
El cuerpo me sacudía y sentía como los demonios iban saliendo de mi
ser, hasta que en un momento caigo al suelo totalmente inconsciente, al
despertar sentía que estaba libre, Dios me había escuchado, y me libertó
por completo. Desde aquel día mi vida cambió para servirle a Dios con
todo el corazón.
Una tarde se me acerca un hombre y me dice: ¿Tú eres el chino, no?
Volteé para ver quién me hablaba y era el joven líder de la pandilla a
quien siempre me le enfrentaba, era “El Yaco”, me dijo que tenía tiempo
buscándome, pues tenía algo muy importante por decirme, es en ese
momento cuando Él saca una biblia y me dice: ¡Cristo te ama!
Él también se había convertido y Dios había hecho una obra muy especial
en su vida, me pidió perdón y yo también lo hice por todo el daño que
nos habíamos hecho cuando estábamos en las barras bravas.
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